” El extraño color de las lágrimas de tu cuerpo”

Por: Enid Carrillo

Cuando el cuerpo sangra, tú sientes que llora. La última vez que te vino la regla no pudiste resistir. Al bañarte, viste esas lágrimas escarlata que salían del centro de tu cuerpo y cómo escurrieron lentas y pesadas por tus muslos y piernas. Algo te incito a probarlas, con tu meñique llevaste esa sangre a tu boca y te gustó el sabor a sal y a fierro. Viste cómo, al mezclarse con el agua, tus lágrimas se hicieron ligeras y desaparecieron por la coladera.

Hace unas semanas que sientes como si algo extraño sucediera en tu cuerpo, la luz ha comenzado a molestarte más de lo normal y experimentas un placer desmedido cuando pruebas la carne, o la sangre de la carne, o tu propia sangre. El otro día comiste la carne cruda en plena madrugada y fue lo único que calmó tu hambre. Nunca antes te había sucedido.

El olor de tu cuerpo se ha vuelto más fuerte y la intensidad de tus besos y caricias se ha tornado violenta, te lo ha dicho Fabián. Le has escrito por días y se ha negado a verte, pero el fuego que sientes desde tu centro te está volviendo loca. Si tuvieras un novio, uno de verdad, todo sería más fácil, así no tendrías que soportar a este ridículo amigo intermitente que te dice esas cosas sin filtro alguno. 

Entonces recuerdas a un tipo de Tinder y decides escribirle. Total, sólo quieres desahogar esta ansiedad que te ha hecho morderte la lengua hasta sangrar un poquito. Otra vez el sabor de tu sangre— que es oscura y es clara, brillante y opaca dependiendo la posición de la luz— hace que te sientas como un animal.

Lo llamas, quedan de verse en la noche. Te dice que pasará por ti. Te pones un vestido negro de satín con los tirantes tipo espagueti. Eliges el abrigo rojo que te cubre casi por completo  y pones perfume en toda tu ropa y detrás de cada oreja. Es verdad que tu olor ha cambiado de forma inexplicable, pero tendrás que disimular. Te maquillas sólo un poco, no quieres que tus padres te interroguen al verte salir por la puerta.

Tu cita espera por ti en el parque cerca de tu casa. Caminas hacia allá. Te sientes especialmente intensa esta noche, explosiva. Un gruñido sale de tu estómago alborotado, pero el trajinar de tus tacones lo deja en segundo plano. Lo ves allí, recargado en su coche con cierto aire de grandeza y salivas, como si vieras un trozo de carne.

Lo habías visto sólo una vez, el tipo no te gusta tanto porque es pretencioso y aburrido, pero al menos es alto y lo último que quieres hacer con él esta noche es platicar. Se saludan con un beso en la mejilla y sientes cómo sus ojos pasean por tu cuerpo de pies a cabeza. Sabes que quiere lo mismo. Suben al auto y lo besas sin titubeos. Su lengua traviesa pasea por tu boca como saboreando una almeja y te derramas un poco. Sientes placer y furia y hambre.

Bajas con tu lengua por su cuello, observas una vena que le palpita con fuerza. Tu vista es aguda, pareciera que observas todo como amplificado por una lupa. Te quedas allí un rato, en esa piel salada  que vibra. Él se siente algo nervioso y te pide que paren, están en un parque a la vista de todos y, aunque ya es de noche, no le parece el mejor lugar para hacerlo. Van en busca de un lugar escondido.

Es poco el tiempo que tardan en llegar a una zona de bodegas, cerca de un supermercado. No hay gente cerca, ni luces, ni nada que los interrumpa. Entonces te toca. Lo tocas. Se ven a los ojos. De nuevo la vena que palpita en su cuello. Lo muerdes un poco mientras lo besas y la carne de sus labios se hincha. Él toca tu espalda mientras te busca el cierre del vestido, pero le cuesta encontrarlo. Le ayudas y te quitas el abrigo.

Dejas que juegue un poco con su mano debajo del vestido, ¿qué es esa sensación? Dentro, en tu útero y en tus tripas y en cada órgano de tu cuerpo, sientes un fuego que te invita a morderlo, a arrancarle la carne, a chuparle los huesos. Le pides que vayan al asiento trasero. Ya en esa parte del coche, al sentir la firmeza de su ariete, sabes que es el momento: no hay presa más fácil que un hombre excitado. Lo muerdes un poco más fuerte. Una gotita de sangre brota de su labio herido, se queja, pero sigues con el beso. Esa gota sobre tu lengua te vuelve eléctrica.  De pronto, movida por un hambre voraz, atacas.

Le clavas los dientes en el cuello mientras él forcejea e intenta zafarse de ti, pero le es imposible, tus dientes se han prendido de la vena que le palpitaba coqueta hace un momento. Tu fuerza es descomunal y desconocida para ti y bebes hambrienta de su sangre hasta que el hombre deja de moverse. Prendida de su cuello, sientes un placer nuevo, nunca antes experimentado, que te ilumina la mirada y te ha afilado los colmillos. Lágrimas nacen de su cuello lastimado, tu aguda vista percibe en ellas todos los tonos del rojo: púrpura, bermejo, encarnadino, granate, fuego, cereza, eritreo, vinoso, hermoso y extraño color que te alimenta.

Sorprendida y saciada junto a un hombre muerto, sabes en lo que te has convertido.

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